Eduardito ayer - ocurre siempre los martes - lo invite a Stéfano (mi hijo de 11 años) y fuimos al “boliche Occidente” en donde, hace muchos años, hay un encuentro que lo llaman de “Sarau Eléctrico” con lectura de textos, cuentos, crónicas, poesía y un humor espontáneo, natural.
Un lugar raro, divertido y, para mi alegría, allí se comparte la palabra escrita sin ningún lujo o con apuestas de vender y comprar. Claro que en otro lugar y esa misma noche había una reunión sobre el futuro del PT. Elegí otro lugar para sentir el futuro.
Padre e hijo: era nuestra primera trasnochada con agua mineral sin gas y rodajas de limones con hielo. Lo mire a Stéfano cuando estábamos sentados y le dije con orgullo que “la mayor felicidad del Mundo, de un padre como yo, era salir con el hijo así como nosotros dos”. Él me respondió como un rayo: “Esa es la mayor felicidad del padre”.
Fui hasta ese lugar a pie, sin coche, para volver a casa disfrutando del camino con Stéfano y oírlo repetir las cosas que le parecían mas divertidas en los textos que escuchamos. Fue ayer, por lo tanto, que empecé a contar cuantas noches faltan para que el bebé que tiene Silvia, mi compañera, y que ya sabemos es una niña y que se va llamar Helena* me permita contar esta historia de la mayor felicidad del Mundo.
* Helena Gonzáles Delgado también se llamaba mi abuela y, cuando le allanaron una madrugada la casa para encontrar a sus hijos comunistas, ella le dijo al oficial y a los soldados “que aunque fuera colorada no iba aceptar lecciones de cobardes”.


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